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Observatorio

Marcas del encierro: historia, deseo y devenir.

02/02/2024

Por Fran Orioli

Jean Valjean entró en presidio sollozando y tembloroso; salió impasible. Entró desesperado; salió taciturno.

Victor Hugo

Más de 160 años separan la agudeza de Victor Hugo en Los Miserables y la escritura de este artículo. En 1862, año en que fue publicada la novela, no existía Declaración Universal de los Derechos Humanos, ni Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos, ni Código Penal en nuestro país.

Sin embargo, salvo llamativas excepciones, la situación sigue siendo la misma. Hoy, en 2024, hombres y mujeres ingresan al sistema penal desesperados para salir impasibles. Ingresan sollozando, salen retraídos. La pregunta se vuelve sobre la institución: ¿qué ocurre ahí dentro?
Por la naturaleza de nuestro trabajo en Casa Libertad llegamos hacia el final de la pena, cuando muchas cosas ocurrieron. Llegamos porque creemos en la ruptura de la lógica carcelaria y porque confiamos que existen decisiones que quiebran la cárcel, aun cuando las rejas llevan mucho tiempo encima.
La experiencia y el trato con las personas que acompañamos, nos llevan a intentar desovillar las experiencias actuales. No es posible comprender lo que ocurre hoy sin detenerse a pensar sobre el camino recorrido que, en este caso, implica el tránsito por una institución rígida y aplastante: la cárcel. Y es que vemos (como si alguien los hubiera marcado con un hierro caliente) que las rejas dejan efectos (heridas) similares: la dificultad para detectar el propio deseo, el drama para decirlo; la incomodidad para pedir, la molestia de dejarse ayudar; la demanda de compañía, el rechazo a estar con otros; el sueño de ser mirado, el terror de ser observado.
Este es, en el cotidiano, el resultado de las instituciones totales. Erving Goffman (2005) las define como instituciones donde los individuos encerrados son absorbidos por la propia institución. Queda el sujeto desamparado frente a una lógica institucional inmensamente superior que determina en qué momento se hace cada cosa y qué se debe pensar o desear*. 

*-(Según Edith Pérez (2008), en español el término total no resulta preciso para definir la esencia de la cárcel. Para la autora resulta más adecuado atenerse al significado que le da Goffman en inglés, que es totalitario. Así, podríamos decir que la cárcel es una institución totalitaria por la manera en que se representa a sí misma y por los efectos que tiene en quienes encierra. Queda como futura línea de investigación la tensión conceptual en torno al planteo de Goffman).-

Se trata de un sistema que, para operar, necesita borrar cualquier vestigio de individualidad eliminando en su interior la posibilidad de desear y pensar la propia historia. Así, la persona es objetificada para transcurrir entre las rejas como un algo que no aporta (ni debe aportar) novedad, siendo que lo diferente y lo diverso implican un riesgo para una institución estructurada en torno al control y la vigilancia.
Al respecto, Silvia Cano (2014) sostiene que «las cárceles reproducen una maquinaria que instaura, avala y sostiene procesos que promueven modos de subjetivación pasivizantes­». De allí que no resulte llamativo encontrar en personas que han pasado por la privación de libertad una seria dificultad a la hora de detectar los propios afectos y, además, ponerlos en palabras. Sin ir más lejos, una experiencia cercana confirma la idea de pasivización y vaciamiento de la propia individualidad: cuando J. salió en libertad tras estar detenido quince años, se le preguntó qué quería cenar esa misma noche. Su respuesta fue mirar fijamente y hacer silencio.
En instituciones totales qué se desea cenar no cuenta. Pero no porque no haya posibilidad de contestar la pregunta. Ni siquiera existe la posibilidad de interrogar e interrogarse, puesto que la pregunta misma por el deseo está desterrada. Suponer un sujeto deseante implica dar lugar al cambio y estar preparado para ello. Lo que se promueve (que es lo que también constatamos día a día) es la coartación subjetiva: seres humanos disminuidos física y psíquicamente, atravesados por la falta de fuerza, apagados y con un cuerpo agobiado por la astenia (Cano, 2014). Respecto a favorecer el cambio subjetivo, una pregunta es obligada: si teóricamente la cárcel busca un cambio en los sujetos, ¿por qué eliminar cualquier atisbo de deseo y proyección? ¿O es que hoy la cárcel no busca tanto promover a una persona como castigarla?*

* -(Las preguntas y críticas en torno a este tema no son nuevas. Foucault (2009) señala que tan pronto como se estableció la cárcel moderna, aparecieron las primeras críticas. El grueso de los señalamientos consistía en sostener que la prisión funcionaría como una escuela de delincuencia que no promovería ningún tipo de cambio en las personas. El análisis histórico permite encontrar paralelismos entre las críticas de antaño y las de ahora, lo cual nos lleva a interrogarnos sobre la funcionalidad disfuncional de la cárcel como institución: ¿cómo puede ser que tras años de recorrido las críticas sean tan similares? ¿Es esta estructura carcelaria la única posible? ¿O es la cárcel en sí misma un aparato disfuncional que obtura en lugar de promover el desarrollo humano?)-

Sea como fuera, la realidad nos marca que quienes hoy pasan por la privación de libertad experimentan lo mismo que el personaje de Los Miserables. El mutismo interior como incapacidad para registrar los propios afectos y deseos, resulta una constante en aquellos que se encuentran detenidos y recuperan su libertad. La fragilidad de los vínculos, la reticencia para con los demás y, paralelamente, la confianza absoluta en quien promete un cambio, forman parte de los efectos de la cárcel sobre una persona.*

* -(De ser esto posible, tras la alienación ya no encontraríamos al mismo ser humano, sino algo o alguien absolutamente distinto, lo cual no ocurre. En palabras de Emilio Komar (2003), «No hay mero cambio; todo se desarrolla dentro de ciertas estructuras. Jamás se da un cambio puro, sin algo que permanezca. Esto es impensable en el sentido de impensabilidad existencial» (p. 117))-

Sí, y en esto coincidimos, en alienaciones parciales que pueden degradar profundamente la vida y dejar heridas difíciles de sanar. No obstante, ninguna estructura o sistema puede privar a un ser humano de ser sujeto de su propia existencia y de experimentarse a sí mismo como sujeto (Karol Wojtyla, 2005). La conciencia aquí ocupa un papel fundamental: es allí donde nos representamos como causalidad de nuestros propios actos*, incluso en contextos de extrema privación (que no alcanzan el núcleo íntimo de lo humano). Un ejemplo de esto puede ser las reflexiones de Etty Hillesum, Simone Veil o Viktor Frankl en campos de concentración.


*-( Un tema diferente es la experiencia de sí mismo como causalidad dentro de un sistema privativo como es la cárcel o cualquier institución total. Sosteniendo la premisa de que la persona es fundamentalmente un sujeto que se experimenta a sí mismo siendo causa de sus actos, resulta de interés reflexionar acerca de la vivencia de causalidad en un plano donde muchas de las acciones están prohibidas.)-


En otras palabras, es mediante un proceso reflexivo (de vuelta sobre sí mismo) que podemos intuir que en nosotros hay un núcleo de iniciativa irreductible e imborrable desde el cual se puede decidir (¡hoy J. elige qué cenar y lo cocina!).
Este ser consciente de la propia subjetividad es la que nos introduce a pensar al ser humano como estructura de autodeterminación (Wojtyla, 2005) signada por el uso de la libertad inalienable y constitutiva de su ser personal. Es el contacto con lo distintivo del propio ser lo que revela la oportunidad subjetiva de forjar una historia singular y, sobre todo, propia. Dicho de otro modo, el ser humano es fundamentalmente un ser que puede decidir sobre sí mismo, con su historia y con lo que los otros han hecho de él*. Constitución atravesada por la historia, el deseo y el devenir.

*-(Señala Wojtyla (2005): «la experiencia de la propia subjetividad personal no es otra cosa que la plena actualización de todo lo que está encerrado en el suppositum humanum, en la subjetividad metafísica. Es a la vez su plena y profunda manifestación: plena y profunda realización del ser en la experiencia» (p. 64))-.


Es así que volvemos sobre la conclusión anterior: no es posible pensar que de ellos nada nuevo se puede esperar. La estructura de la subjetividad personal lo impide: es el ser humano un ser en apertura y construcción (eidopóiesis, dice Emilio Komar). De aquí que el trabajo con personas que transitaron la privación sea el de acompañar un proceso de deconstrucción de la lógica carcelaria (como lógica contraria a la apertura) y posibilitar la emergencia del deseo propio patentados en actos que revelan el ser personal. La realidad en Casa Libertad nos muestra que es posible y que después de las rejas hay lugar para la reparación de vínculos familiares, apostar por nuevas maneras de paternidad/maternidad; conseguir y mantener un trabajo o buscar un alquiler y conservarlo para que sus hijos vivan en un espacio mejor.
Posibilitar ese deseo de construcción personal, desarmando uno a uno los engaños existenciales (Komar, 2006) que han causado el encarcelamiento, es lo que buscamos desde Casa Libertad. Promover la singularidad y el respeto por ella misma, acompañando procesos de decisión que deriven en más libertad y encuentro con la alteridad signan, de alguna manera, el norte de cada una de las intervenciones. Porque en definitiva, lo que aliena no es tanto el sistema como la privación de un encuentro real con otro ser humano que, atravesado por la ternura, anima otra posibilidad de vida.



Referencias:


Cano Martínez, Silvia. (2014). Entre rejas y redes. Líneas de intervención en el trabajo con grupos desde una clínica de redes en cárceles. Revista de Psicoanálisis de las configuraciones vinculares. Tomo XXXVII.
Goffman, Erving. (2005). Estigma.. Amorrortu Editores.
Foucault, Michel. (2005). La vida de los hombres infames. Editorial Altamira.
Pérez, Edith. (2008). Instituciones totales y producción subjetiva. En Diagramas de psicodrama y grupos: cuaderno de bitácora II. Comp. Ana María del Cueto. Ediciones Madres de Plaza de Mayo.
Komar, E. (2006). La verdad como vigencia y dinamismo. Buenos Aires: Ediciones
Sabiduría Cristiana.




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