Entrevista
La lógica del entorno. Dar a luz en contexto de encierro
04/03/2024
Por Nacho Champane
Chiara juega. Ya comió el guiso de fideos que le hizo Mamá Luz, que le encanta. Su comida favorita, si le preguntás. No importa que haga casi treinta grados. Ella, feliz con su plato. Comió con mamá y ahora corre por el comedor. Mamá Luz se sienta y se para, busca agua y apaga el celular. Chiara se va con alguien de nuestro equipo a seguir jugando. A ver una peli o jugar a ser mamá. Estamos en Casa Libertad, es febrero, y los demás hijos de Mamá Luz están en la colonia municipal platense.
Hace unas semanas, Luz entró a nuestra web y leyó un par de notas, y nos contó que ella también quería escribir algo. Mejor dicho, contar algo. Ella quería narrar su experiencia con Chiara. Haber dado a luz en contexto de encierro. En la cárcel. Allá adentro. Luz leyó una nota sobre el tema, que publicamos, y se ofreció a dar su testimonio. Luz está cumpliendo una pena con el beneficio* de la prisión domiciliaria. La pulsera negra, opaca, le aprieta apenas la pantorrilla izquierda.
(*La prisión domiciliaria no es un beneficio, es un derecho. El 17 de diciembre de 2008 el Poder Legislativo aprobó la Ley 26.472, que modifica tanto la Ley de Ejecución 24.660 como el Código Penal, ampliando los supuestos en los que se podrá sustituir el encierro en prisión por arresto domiciliario.)
-¿Cómo fueron los embarazos anteriores?
-Todos buscados. Fueron en La Matanza, de donde soy. Di a luz a tres de mis otros cuatro hijos en el Hospital Materno Infantil Teresa Luisa Germani. Siempre en el mismo lugar. Después, con Milagros, me mandaron a uno más nuevo, no recuerdo el nombre. Casi que lo estrenamos.
Luz se ríe y mira al piso. Amaga a levantarse a ver cómo está Chiara, pero se queda charlando. Milagros no está con ella. Milagros está con la abuela paterna, y casi todos los días comparten alguna videollamada. Cuando detuvieron a Luz, Milagros tenía apenas un año, y estaba embarazada de Chiara. No se lo dijo a nadie hasta el tercer o cuarto día que pasó en la comisaría. Cansada del olor a todo lo malo y las descomposturas, no le quedó otro remedio que contarlo. Afuera, llegaba noviembre de 2019 y avanzaba un virus chino por Europa, que amenazaba con llegar en algún avión para estos lares.
-¿Nadie se percató que estabas embarazada?
-En realidad yo se lo dije al cuerpo médico que me revisó apenas entré. Les dije que estaba con un embarazo y no me dieron bolilla. No me creyeron hasta el día que agarré al jefe de calle y le pregunté por un cupo en un penal. ‘Yo no puedo estar acá’, le dije. ‘¿Por qué no podés estar acá?’, me contestó. ‘Porque estoy embarazada’.
Ahí se puso como loco. Me dijo que era un riesgo. Un riesgo para él.
‘Ya mismo te saco de acá’, me dijo, yéndose.
Mamá Luz recaló en la Unidad N° 33 de Los Hornos, La Plata. Cuando la estaban alistando para ir a un pabellón de población general, les tuvo que recordar una vez más que estaba embarazada. Los guardias se sorprendieron. Nadie les había avisado. ‘Ah, bueno. Si venís fisurada, nos hacen un agujero a nosotros, nena’, recibió como respuesta. Luz recuerda la palabra fisurada. Y algunas otras palabras más, que le quedaron marcadas a fuego. La llevaron a un hospital, al San Martín de La Plata, para corroborar que estaba embarazada.
Luz recuerda que una vez allí no la dejaron ver la ecografía. Se la entregaron directamente a la guardia, que amablemente, una vez adentro, se la dejó ver.
-Yo ya quería saber qué sexo era, yo quería varón. No veía la hora que pase el tiempo y que me digan el sexo. No se dejaba ver, tuve que esperar, a los cinco meses recién se dejó. Todos me decían que era varón, pero no. Se venía Chiarita.
Luz tenía en ese momento veinticinco años, cuatro hijos y una familia afuera. Adentro tenía su pancita que ni asomaba, y un lugar para defender dentro de un pabellón de mujeres madres, y embarazadas.
-Cómo fueron esos primeros días?
- Y… era ver muchos chicos ahí dentro, de hasta cuatro años, me traía muchos recuerdos de Milagros; había bebés de un año, a veces me nacía encariñarme con ese bebé pero no tenía la confianza como para acercarme, las personas no me conocían, medían sus movimientos.
Yo quería a mi bebé conmigo, pero luego de hablar con el Consejo Asistido de psicólogas y asistentes sociales, además de mi defensora, entendí que no convenía. “No me servía”.
-Y alguna vez te preguntaron cuál era tu deseo?
- Me preguntaron, sí. Pero me lo revertían. Nunca hubo un juzgado interviniente que me de una respuesta, siempre esquivaron el tema. Mientras tanto, no podía ver a mis hijos. Y cuando me venían a visitar, cuando mi mamá los traía, los intermediarios me preguntaban en todo momento con qué intención entraban los nenes. Si tenía la intención de dejarlos conmigo. De dejarlos “de arrebato”. Mía (otra de sus hijos), tenía tres años y medio, también se podría haber quedado conmigo.
-¿Y por qué decidiste que no se quedaran ahí?
- Después, empecé a conocer un poco más cómo era allí dentro, la lógica del entorno, y empecé a pensar que lo mejor era que no se quedaran conmigo. Porque he visto que sacaban a mamás con nenes chiquitos con todas sus cosas, con dos bebés en brazos, luego de una o dos semanas de haber entrado a ese pabellón. La violencia con la que se trataban, lo difícil de convivir. Entonces, no había una limitación de respeto, ni porque tengas una criatura chiquita. Nada. Ahí dije, ‘mirá si las traigo y pasa algo’. Dentro, hasta la cantidad de hijos empieza a molestar. Todo es discusión. Todo es peligro.
En el pabellón estaban catorce mujeres, algunas embarazadas, la mayoría con hijos e hijas de hasta cuatro años. Tenían una plaza para que los nenes y nenas puedan jugar, hay talleres, y varias cosas más, todo teñido de una constante humedad y tensión fina. Estaban juntas, pero solas.
-A veces no se respeta la presencia de los niños-, cuenta Luz. -Si bien había reparos, se manejaba la lógica de cualquier pabellón. Se discutía por todo, una mirada que no gustaba y enseguida aparecía la violencia. Apenas vi eso, entendí que yo tenía que cuidar mi lugar. Estando embarazada, no me quedó otra que encajar, seguir esa lógica. Había una chica, referente, la que, como se dice, “llevaba el pabellón”, que comenzó a decirme que ella me iba a defender, pero terminó siendo a la inversa y me encontré involucrada en problemas que no eran míos, defendiéndola yo a ella. Y cuando eso pasa, llegan las sanciones del juzgado, los retos de mi defensa, y nadie te enseña cómo proceder. Allí dentro, sólo te enseñan lo malo. Con el tiempo me fui dando cuenta que las cosas que ellas hacían, también las debía hacer yo.
Reproducir lo lógico parece ser ley. La única ley. Mamá Luz tuvo que aferrarse a su condición y defender su lugar por meses, años. Como todas las que aguantan. Mientras, el sistema aguarda pacientemente a que todo estalle para aparecer, para apaciguar.
-Una vez dentro de la Unidad, ¿tus familiares sabían que estabas embarazada?
-Sí, sí.
-Y tus demás hijos?
- A ellos tardé un poco más en decirles. Un poco me sirvió para advertirles que no podían estar conmigo, por un tiempo. ‘Tengo que cuidar la pancita’, les decía. Ellos al principio pensaban que no los quería llevar conmigo, porque veían niños y niñas cuando me visitaban. Luego entendieron, a su manera, que sólo nos podíamos ver de esa manera.
Año 2020.
El Covid hace estragos adentro y afuera de la 33. Luz continúa su embarazo en el penal. Recuerda el frío y la humedad de esos meses hasta llegar al 9 de junio, día en que Chiara nació. Recuerda morirse de frío en el patrullero mientras la obstetra busca algún lugar donde pueda dar a luz. Luz no tuvo mayores complicaciones los últimos meses. Solo que Chiara estaba cómoda allí adentro: pasaron cuarenta y dos semanas y ni una sola contracción. Ante esto, en plena pandemia, con picos de casos y muertes en todo el país y una cuarentena que amagaba a abrirse, a Luz la subieron a un móvil y junto a la obstetra y dos guardias, se fueron a buscar hospital, clínica, algo. Un lugar donde ella pueda tener a Chiara.
“Tengo una mamá de 42 semanas”, escuchó decirle a la obstetra por celular, mientras respiraba pausado y levantaba apenas el lado izquierdo de sus labios juntos. “Solo atienden urgencias de covid”, repitió dos veces, mirando al techo. Por supuesto que una madre con 42 semanas de embarazo, presa, para nada era una urgencia. Nadie las quería recibir. Luz recuerda al Covid y a ese momento como interminables.
Medianoche. 9 de junio.
La obstetra utiliza su as. Su último recurso, el que no quería usar. Baja del móvil, se corre el barbijo y llama a un médico amigo. Le ruega poder internar a Luz. Ella estaba tranquila, sin dolor. Pero sabía que no había otra manera de volver al penal que no sea con Chiara en brazos. La obstetra se preocupó (“no sé si fue de corazón o por su matrícula”, recuerda Luz) y consiguió que el Hospital de Melchor Romero, “Alejandro Korn”, abra sus puertas. Luz sintió un alivio increíble. Aunque seguía teniendo miedo.
Siempre tuvo miedo.
En todos sus partos. Miedo a que le roben el bebé. Conocía casos, entonces siempre mandaba a algún familiar a que siga a su hijo, su hija. Siempre tuvo miedo. El 9 de junio también. Pero ahora nadie podía seguir a Chiara.
-Te atendieron en una sala común del hospital?
-No, no. La verdad que era re feo. Era como un rincón, parecía el lugar donde las enfermeras descansan. Nada que ver a una sala de preparto o internación. Nada que ver. Realmente parecía una película de terror. Incluso las enfermeras se vestían de una manera antigua. ‘Estas me van a sacar al bebé’, decía yo, un poco en broma un poco en serio.
-Alguien te hablaba?
-La obstetra llegó, cumplió su trabajo y se fue, calculo que al penal a atender a otras chicas.
-Alguien te contenía?
-Me tuve que aferrar a las dos guardias del Servicio Penitenciario Bonaerense, que no dejaron de hablarme en todo momento, incluso me comentaron sus experiencias de parto. Una me dijo que iba a entrar conmigo. La otra no, le daba impresión la sangre. Se desmayaba fácil. Nos reímos un poco las tres. Finalmente una me acompañó al parto.
El parto duró dos horas. Luz recuerda estar tranquila hasta que le inyectaron la Oxitocina. Allí comenzó a retorcerse del dolor.
-Pudiste parir en la posición que querías?
-No. Esa droga me hizo doler todo el cuerpo. Había un banquito, una pelota, todo lo que debe haber en un parto respetado pero la droga no me dejaba moverme. Todo era doloroso. Fui directo a la camilla y me quedé esperando ahí. Hacía frío. No había calefacción, me sentía totalmente descompuesta.
Cuando me ponen a Chiara en brazos, el cuarto estaba casi oscuro, pero la guardia igualmente nos sacó una foto, dijo en voz alta la hora en que di a luz y se desmayó. Al instante, los médicos corrieron a socorrerla, cuando a mí todavía no me habían sacado la placenta. Pero bueno, se puede decir que fue un parto normal. Aunque fue el parto que más sufrí.
-Física, o emocionalmente?
-Todo junto.
-Qué sentías?
-Fue todo muy triste. No tener a la familia al lado y recordar los anteriores, me hizo sentir mal. Me faltó esa contención de llegar a tu casa y que te espere tu familia. Que todo sea una fiesta. Anhelé mucho ese momento cuando los abuelos la alzan, la tía, la hermana.
-Pero pudiste ponerle el cuerpo a la situación.
-Si, no queda otra. Es ponerle el cuerpo a la angustia también, sobre todo de saber a dónde volvías. Yo la miraba a Chiara y le pedía perdón por el lugar donde la llevaba. Después me llevaron en silla de ruedas, y nunca me despegué ni un segundo de ella.
-Imagino que por la pandemia no tuviste visita alguna en esos días que estuviste en el hospital.
-No. Estuve muy sola. Pasamos tres noches mientras le hacían los estudios a mi hija. El último contacto afectuoso lo tuve con la guardia, que llegué a pasarle el teléfono de mi mamá para que le mande la foto mía con Chiara.
-La volviste a cruzar a la guardia?
-Nos cruzamos después de varias guardias. Tuvo otro trato conmigo. Muy distante. La entiendo porque estaba trabajando. Le costó mucho acercarse. Pero antes de irse me mostró la pantalla de su celular y me dijo ‘mirá, todavía tengo la foto’...
-Luego volviste al pabellón. Cómo la pasaron con el covid allí dentro?
-Pésimo. Yo tuve. Creo que Chiara también. Pero no podíamos contarlo.
-¿Por qué motivo?
-La chica que llevaba el pabellón no quería. Nos dijo que perderíamos beneficios, visitas, mercadería. No quería alarmar a nadie. Entonces asumimos que nos teníamos que callar y rezar para que no nos agarre tan fuerte.
-¿Y lo sufriste mucho?
-Muy poco, levanté fiebre, Chiara también, pero fue leve. En cambio esa muchacha quedó muy mal, con secuelas crónicas en sus huesos, producto de la enfermedad. Aún así, mantuvo su silencio. Cuando Chiara levantó un poco de fiebre, ese fue mi límite. Ahí estaba dispuesta a desafiar a cualquiera con tal de ver bien a mi hija. Por suerte nos tocó leve.
En esos momentos de disputa, aparece el temor, mezclado con adrenalina. Luz lo recuerda como momentos donde “una no sabe qué va a pasar”.
-Todo el tiempo sentía que corría riesgo mi vida y la de mi hija. La miraba a Chiara y lloraba por lo que la estaba haciendo vivir. Te das cuenta de las cosas que le pueden pasar a tu hija. Vi peleas fuertes, donde no se daban tiempo ni a resguardar a sus hijos o hijas. La institución tampoco hace mucho. Simplemente escucha la queja y separa. Te lleva a otra parte. Te escuchan cuando ya todo pasó.
Luz se quedó en el pabellón hasta que Chiara tuvo dos años y medio. Luego perdió su lugar y recaló en otro pabellón de madres. Luz recuerda lo difícil que fue mudar a Chiara de pabellón. Lloraba mucho por el cambio de lugar. El recambio de caras. Lloraba mucho por las noches. Ella también.
Una vez allí, realizó actividades del Pabellón Literario, se convirtió en líder literaria y comenzó a reflexionar junto a las otras madres sobre temas como su propia niñez, maternar en contexto de encierro, violencia de género, y más.
Pero allí el trato cambió. Y las conversaciones cambiaron. Se sintió con tiempo para imaginar otra realidad. Algo le hizo ruido y Mamá Luz comenzó a debatirse su estadía allí. Entonces pensó en la prisión domiciliaria.
Tras idas y vueltas, se decidió por establecerse en Casa Libertad, pese a que quedaba lejos de su casa natal. Es que por disposición del juez, en su antiguo domicilio no podía cumplir su arresto, por lo que se quedó en La Plata, habitando nuestra Casa MAgMA, en ese momento junto a otra madre de dos hijos.
A Mamá Luz la atravesó la violencia. La siente como una mochila. Una mochila que la tironea para abajo desde mucho antes de entrar a la 33. De chica, Luz se crió entre drogas y armas. Robos y disputas familiares. A Luz le mataron un hermano. No tuvo un papá presente. Sí una mamá sobrepasada con una casa llena de personas. Los tiempos de Luz se aceleraron al ritmo del barrio y a los 13 ya “quería” formar su propia familia.
-Nunca nadie me dijo, preparate, que se te vienen cosas fuertes.
Luz cuenta el paso a paso de su estadía de más de tres años con Chiara en brazos entre pabellones, de manera natural. Incluso con media sonrisa. Siempre inmutable.
Sólo en un momento dejó paso a la emoción. Solo por un instante, mostró una ventanita de fragilidad, cuando recordó el momento en que Chiara conoció a sus hermanitos. Un momento que creyó haber olvidado.
-Estaban todos re babosos. Súper amorosos. Me decían que se parecía a mí. O a Mía. Fue un momento hermoso verlos a todos juntos. Los recuerdo a todos muy felices.
-¿Y cómo diste con Casa Libertad?
-Primero me contacté con Casa Libertad Buenos Aires. Pero me comentaron que solo ayudaban a hombres, desde hacía un tiempo. Ellos me pasaron el contacto de Casa Libertad La Plata. Ahí me comuniqué con Ana y me contó de todo lo que hacían.
Ana es Trabajadora Social y fundadora de la ONG. Casa MAgMA es el espacio convivencial dedicado a mujeres madres, jefas de hogar, que no tienen lugar donde quedarse, luego de su privación de libertad, o aún deben cumplir una parte de la pena pero se ven imposibilitadas de retornar a sus domicilios, como Mamá Luz.
-Ahora mirás esa pulsera que tenés en el tobillo, y ¿qué pensás…?
-No quiero volver nunca más ahí. Cuando llegué acá (a Casa MAgMA), seguía con la ansiedad pura de que todo esté bien. Ya. En ese mismo momento. A lo loca. Alborotada. Sin pensar que atrás tengo una familia a quien cuidar. Y sobre todo a quien disfrutar. Conseguir esta pulsera fue un logro que no podía disfrutar, por perseguir una perfección inalcanzable. Continuaba angustiada. Y me pasó algo que nunca me había pasado en la calle: tuve miedo.
-Miedo de qué?
-Una vez se quedó sin batería el aparato de la pulsera. Andaba mal el cargador. A los dos minutos, escuché cómo se acercaba un móvil policial. Se me salía el corazón del pecho. Me temblaban las piernas. Nunca antes había sentido ese miedo. Creo que ese sentimiento me hizo sentir un poco más mujer. Mejor persona. Antes me peleaba, usaba armas, hacía todo lo que hoy no quiero hacer. Siento que me he equivocado mucho en el maternar a mis hijos y recién ahora, con todos estos sentimientos atravesados me puedo sentir mamá. Pero cuando escuché las sirenas, incluso sabiendo que no estoy haciendo nada malo, solo cumpliendo la pena, me aparecieron todos los recuerdos de algo que ya no quiero.
-¿Cómo te sentís acá?
Ahora vivo tranquila. Me siento en libertad.
Al principio me costó un montón. Continuaba sintiéndome encerrada. Se me cruzaban los cables por problemas menores en la convivencia con la otra madre. Y hoy en día, que ella se mudó y me visita a menudo, disfruto un montón de su presencia. Cambió mucho mi perspectiva.
Mamá Luz está con cuatro de sus cinco hijos. Milagros aún sigue con su abuela paterna. Mamá Luz no siente la ansiedad de tenerla ya con ella. Quiere reconstruir su vínculo de a poco. Y a la vez quiere hacer en un día todo lo que no pudo hacer en tres años y medio de encierro con los chicos que conviven con ella: peinarlos, jugar, bañarlos, volver a peinarlos, cocinarles el desayuno, el almuerzo, la merienda, la cena, el postre, hacer pochoclos, mirar una peli, o sus programas favoritos, jugar, enojarse, retarlos, abrazarlos. Se cansa de pensar todo lo que tiene que hacer en un día. Y le encanta.
-¿Qué reflexión hacés de todo tu trayecto?
-La vida que me tocó la quiero asumir. Mis errores. Recuerdo todo lo que viví, y hoy elijo que mis hijos me conozcan tal cual soy. Asumir el rol de madre, prepararlos para el jardín y la escuela, llevarlos e ir a buscarlos. Recién se están acostumbrando a mí y yo a ellos. Se dan cuenta cuando estoy bien, cuando se me acaba la paciencia. De a poco nos vamos conociendo. Intento todos los días no repetir la historia. Agradezco mucho que mis hijos sean tan buenos, súper educados. En la escuela les va muy bien. Es más: me pasó que a uno de mis hijos lo molestaron fuerte en el cole, y sentí nuevamente el impulso ese de que todo se arregla con violencia, y me encontré diciendo cosas horribles enfrente a mis hijos, y al darme cuenta de que me brotaba otra vez ese sentimiento rompí en llanto, me sentí muy mal, pero por suerte lo pude reconocer y solucionar, todo hablando y transmitirle eso a mis hijos. Entonces hablé con la directora, y listo. Pero encontrarme con esa situación y casi no poder manejarla, me dolió, y me dio miedo perder todo de nuevo.
Luz actualmente realiza trabajos textiles particulares y forma parte de la cooperativa de pre pizzas Pizzas Galácticas, fundada en nuestro espacio taller de Panadería y Pizzería.
-Hoy en día tengo Pizzas Galácticas, la siento como mi fábrica, y ojalá podamos hacerla crecer cada vez más. Es una herramienta con la cual aprendemos lo que es el trabajo en comunidad. Pero Pizzas Galácticas es un escape a mi realidad, maternando sola. Es una experiencia hermosa junto a otras chicas y chicos. Y me hace sentir que puedo. Puedo trabajar y maternar. Y me siento súper acompañada. Y ese acompañamiento, apenas salís de la cárcel, es fundamental. Te enciende la chispa y te invita a pensar que el día de mañana, cuando no tenga más el acompañamiento de Casa Libertad, voy a tener que hacerlo sola, y siento que puedo.
-Qué creés que te vas a llevar de tu paso por Casa Liber?
-A mí me hizo muy bien pasar por acá. Me hace bien. Aprendo mucho. Me voy a llevar momentos muy lindos. Nunca tuve este entorno. Entorno que te escuche, que te de amor, que no haya gritos, que se preocupe por vos. Con cero violencia. Ahora me doy cuenta de esta oportunidad y la aprovecho al máximo y la transito junto a mis hijos. Aprendí mucho de la maternidad. Empiezo a darme cuenta de que mi familia la tengo que construir yo, partiendo de mí. Un poco me preocupa volver a mi barrio, a mi ciudad, ya voy pensando estrategias para que no se mezclen mucho las convivencias. No quiero que mis hijos se críen como yo. Pero dentro de todo aprendieron lo bueno, inmersos en lo malo. Cuando ven una situación violenta dicen “yo no quiero ser así”. Entonces estoy orgullosa de mis hijos. Y ojalá puedan escribir su propia historia, y los pueda acompañar de cerca.
De pronto, aparece Chiara, como ese 9 de junio, desde la oscuridad casi total de un cuarto.
Terminó una película. Tal vez ahora empiece otra.
Quiere ir al baño. Quiere ir con la mamá, sí o sí. Es una orden. Chiara dio por terminada la entrevista. Entonces se van juntas, de la mano. En un ratito llegan los chicos de la colonia, donde ya merendaron, pero no importa. En Casa, con Mamá Luz, van a merendar de nuevo.
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